Los jóvenes saharauis se reinventan para ensanchar sus horizontes laborales en el desierto

24.07.2020


Fotos de Cristian Sarmiento 

Texto Cristina Sarmiento y Aritz Tutor Antón

Fuente: Equal Times

La juventud, además de ser la etapa en la que comienzan a definirse los horizontes del futuro adulto, lo es también de la toma de nuevas responsabilidades, así como de las elecciones que, acertadas o desafortunadas, terminarán siendo una lección de vida. Este segmento de la población es un activo muy poderoso para el dinamismo de una sociedad, pues al no estar demasiado atado a imperativos familiares o laborales, puede emprender transformaciones y nuevos proyectos. Sin embargo, si las condiciones sociales y económicas no son propicias, les puede empujar a tomar caminos y decisiones que lastren su futuro y el de su entorno.

Los jóvenes saharauis se enfrentan, como el resto, a todos estos dilemas. Y, en paralelo, tratan de asentar su identidad en unos campamentos de refugiados que, pese a su aparente inmovilidad, están en un proceso de cambio. Los asentamientos saharauis o wilayas (hasta cinco), llevan el nombre de las provincias de su país de origen, el Sáhara Occidental, y se levantan en un territorio cedido por Argelia, en el suroeste del país. Esta zona del desierto, llamada hamada, es un área rocosa e inhóspita que se conoce como 'el desierto en el desierto', por sus condiciones extremas.

Después de más de 40 años de exilio forzado, la población joven ha comenzado a esbozar sus propias referencias y su particular manera de abordar el conflicto con Marruecos. Tras el armisticio de 1991, que ponía fin a la guerra iniciada en 1976 (tras la salida de España de los territorios del Sáhara y la posterior ocupación cívico-militar marroquí), el pueblo saharaui, representado por el Frente Polisario, trató de ganar el derecho al retorno mediante la vía diplomática. Bajo el auspicio de la ONU se debió celebrar un referéndum vinculante sobre el futuro de los Territorios Ocupados, pero casi 30 años después, la situación sigue estancada debido al bloqueo que Marruecos impone aduciendo no estar de acuerdo con el censo de votantes.

No existen datos fiables sobre el número de personas jóvenes (de quince a treinta años) en el territorio, pero, partiendo de una extrapolación de las cifras que se manejan para el continente africano en su totalidad (32,4% de su población total), y salvando las diferencias entre países, la población joven aproximada de los campamentos podría rondar las 40.260 personas, según expone el estudio La juventud refugiada en los campamentos saharauis.

En este aciago escenario, la juventud saharaui puede tener la última palabra. La cuestión primordial es afrontar el reto de repensarse y reconstruirse integrando los ilusionantes futuribles y los cambios acontecidos estos años pero sin dar la espalda, al mismo tiempo, a los principios e ideales de las generaciones que les han precedido. El desafío es grande, pero las ganas de superar este bloqueo son mayores.

Larabas Said pone a prueba el coche -que luego venderá- en una llanura cercana a Smara.

Larabas es hijo del conflicto y, a pesar de no ser belicoso, ve con buenos ojos una movilización general si no se logra desbloquear la situación de su pueblo. Por el momento prefiere emplearse en los tambores de coches y camiones que en los tambores de guerra. A sus 25 años, ya ha recorrido las carreteras de media Europa. Trabajó como transportista durante el tiempo que vivió en Bilbao (España), hasta que decidió volver a los campamentos para estar cerca de los suyos. Este joven ha cambiado el asfalto por la arena y trabaja como mecánico arreglando coches que conduce hasta Mauritania, para venderlos, después de sortear mil y una trabas a través del desierto.

A pesar de los obstáculos, Larabas se desempeña como mecánico y vendedor de automóviles

Para los jóvenes de los campamentos de refugiados, los horizontes laborales se limitan a un estrecho abanico de posibilidades. El sector público (la administración, la educación, la salud) es una de las alternativas más recurrentes, pero los salarios son irrisorios y la estabilidad tampoco está garantizada. Por eso, muchos jóvenes como Larabas buscan su sustento en otros empleos informales como talleres mecánicos, en sectores como la construcción, conduciendo taxis o en negocios de venta de productos alimentación, ropa, tabaco o gasolina. Estos trabajos están igualmente mal remunerados, pero son una salida cuando el sector público deja de serlo (por la escasez de la oferta de nuevos puestos).

La lucha feminista global también contagia las reivindicaciones cotidianas de las mujeres saharauis. Ahora las jóvenes quieren estudiar, formarse, hacer otras cosas que las determinadas por los roles tradicionales, nos cuentan ellas mismas. 

Aziza, Malu, Embatu, Umlajut, Atu y Sbaita (y dos compañeras más), con edades comprendidas entre los 18 y los 20 años, estudian en la Escuela Afad, una academia de formación profesional para mujeres. Este centro, que funciona desde 2003, oferta un número de cursos limitado: secretaría y costura (antes también había pastelería), de modo que las jóvenes se ven abocadas a profesiones que perpetúan los roles de género; pero también informática.

Al salir de clase, el grupo de estudiantes (que conforman Aziza, Malu, Embatu, Umlajut, Atu y Sbaita), de la academia de formación profesional para mujeres Afad, pasa el tiempo por la 'wilaya'. 

La desigualdad de género se extiende al mundo del trabajo, donde las oportunidades son de por sí escasas, con consecuencias sociales palpables, ya que la dependencia económica exacerba la vulnerabilidad de las jóvenes. Aunque esto ocurre en numerosas partes del globo, en los campamentos de refugiados la falta de empleo puede condenar al aislamiento en el hogar al colectivo femenino. Muchas mujeres, formadas y con títulos universitarios se ven abocadas al cuidado del hogar.

Lhaj Lelubib tiene 26 años y abrió un puesto ambulante de 'kebab', donde trabaja junto su primo Sidi Moh Mulay. Para impulsar su idea se formó por su cuenta a partir de videotutoriales de YouTube.  

Con un telón de fondo que añade dificultad a la ya desmejorada situación en todo el mundo (concretamente en lo que se refiere a las expectativas laborales de la juventud), muchos jóvenes inventan alternativas que dignifiquen su presente y el de los que les rodean. Ese es el caso de Lhaj, de 26 años, que junto con su primo Sidi Moh abrió un puesto ambulante de kebab en Smara. Aunque este negocio en un campo de refugiados no es el primero que podría venirnos a la mente cuando imaginamos un asentamiento, Lhaj cultivó su sueño basado en lo obvio, que a la gente le gusta comer fuera de casa. Este autodidacta fue introduciendo innovaciones progresivamente en su camión (ahora quiere instalar placas solares) y en sus recetas. Además, se ha convertido en un referente para muchos jóvenes, que ven en él la esperanza de sobrevivir y labrar su propio camino sin tener que migrar a otro país. Lhaj afirma rotundo y orgulloso que "a las personas no se les debe dar pescado, sino enseñar a pescar".

Hindu Mani abrió una pizzería en la wilaya de Auserd, después de recibir un curso de cocina. Al inicio tuvo que pedir dinero prestado para emprender su negocio, pero, a raíz de su éxito, se ha convertido en un ejemplo para otras jóvenes, que vienen a presentarle sus propios proyectos. 

Hindu, de 28 años, también vislumbró que el buen comer tiene cabida en cualquier lado. Tras la pizzería ha inaugurado una pastelería en la lejana wilaya de Dakhla. Cuenta que al principio mucha gente le dijo que desistiera, que una mujer empresaria no llegaría lejos, pero una vez despegó su negocio venían a pedirle empleo.

Hafdala Brahim regenta un pequeño kiosco donde vende cartones de tabaco que previamente compra en Argelia. Al atardecer, él y su amigo Hama Mohamed, se relajan viendo un partido de la Champions

Por su parte, Hafdala, que también tiene su propio negocio, tiene una visión más sombría del porvenir. Compra cartones de tabaco en Tinduf (Argelia) y los revende en un pequeño puesto que tiene en Smara. Los aduaneros cada vez le ponen más problemas y el margen de beneficio se estrecha. Por eso él tiene claro que para progresar tiene que marcharse fuera. "Queremos ser como otros jóvenes del mundo", sentencia. A Hafdala le denegaron el visado para entrar en España y litigando gastó casi 600 euros (661 dólares USD). Según relata, su aspiración es trabajar para llegar a España y mejorar su vida y la de su familia. La falta de oportunidades laborales en los campamentos hace que muchos jóvenes hayan tenido que migrar a otros países y que, entre los que se queden, pese la constatación de no poder progresar materialmente.